Hoy en el diario El Comercio se
ha publicado una editorial de Opinión denominado “El Estado asustado” donde se
afirma que el actual sistema hace que la Contraloría sea una de las causas tras
la ineficiencia de nuestro Estado.
Este interesante artículo indica
que nuestro contralor asegura que en Perú no tienen miedo porque persiste la
impunidad; afirmación con la que también – igual que el autor del artículo –
compartimos desde esta columna de opinión, no obstante, el mismo artículo
señala un elemento que resulta trascendente si es que se quiere luchar contra
la corrupción sin menoscabar la gestión pública: “(…) es importante que el contralor sea consciente de que el gran reto
para su institución no lo suponen solo quienes no tienen miedo en el país, sino
también quienes sí parecen paralizados por él; a saber, todos los niveles con
poder de decisión de la administración pública. Es decir, en revisar si está
apuntando bien al corazón de la corrupción, o si más bien está gastándose en
perseguir formalismos”.
En relación con las cifras de
éxito, que son pocas en realidad, este artículo infiere que “ayudaría a explicar por qué nuestros
funcionarios públicos parecen tener pavor a dar aprobaciones de cualquier tipo.
Atrapados entre un fárrago infinito de normas a menudo ambiguas o incumplibles
y una contraloría que busca tres pies al gato para disparar observaciones y
acusaciones sin mucha discriminación, nuestros empleados públicos se comportan
como en un campo minado, donde lo más seguro es no moverse”.
Esta situación, continúa el
artículo, hace que la actuación sea realizar entre las mismas Entidades “consultas interminables, para intentar
eventualmente el paso del que se trate de manera compartida”. El resultado “un
Estado escandalosamente lento.
El artículo, ciertamente ataca
con certeza el problema señalando que el tema de la lucha contra la corrupción
no pasa sólo por la contraloría, sino reformar nuestros regímenes
administrativos y volverlos más sencillos y eficientes, facilitando y
simplificando los trámites. Ahora bien, señala el autor, “mientras la situación del marco normativo lleno de vericuetos, de
formalismos, de contradicciones y ambigüedades persista, lo que corresponde a
la contraloría no es hacer las cosas más difíciles perdiéndose en las esquinas
de nuestra inacabable tramitología, sino más bien ayudar a hacerlo más
llevadero y eficaz. Para ello, nuestra contraloría, además de comenzar a
concentrarse en auditar los gastos estatales, debería cambiar su actual enfoque
formalista por uno de resultados: lo que tiene que contar para los funcionarios
de la institución no es el número de trámites supervisados o de denuncias
hechas, sino el número de casos en los que logran probar corrupción.
Finalmente, el artículo concluye
que “nuestro contralor tiene razón al
señalar que el miedo tiene una función importante que cumplir para lograr la
probidad en un Estado. Pero deber ser consciente de que, para poder funcionar,
el miedo tiene que estar en el lugar correcto”.
Como lo señalé en un comentario anterior
sobre un artículo del mismo punto de vista suscrito por Cecilia Blume, el
trabajo de la contraloría pasa por una deficiencia igual – o peor – al que
critican o cuestionan; con el perjuicio de que estos desaciertos pueden manchar
la buena reputación de quienes tienen las cosas claras, es decir, la eficiencia
antes que el formalismo.
Al parecer el miedo que no
afecta al corrupto sí lo hace con el honesto que se encuentra en el Estado y
genera que la gestión pública, naturalmente se vea afectada. Sea porque el
corrupto sin miedo robe, sea porque el honesto que no quiere problemas no se
mueva (lo gracioso es que por no moverte también te cuestionan), sea porque el
honesto se cambia de trabajo al sector privado haciendo lo que se ha denominado
“fuga de talentos”. Así difícilmente vamos a cambiar. Les dejo el enlace por si
lo quieren leer: http://elcomercio.pe/actualidad/1643170/noticia-editorial-estado-asustado
CIM
No hay comentarios:
Publicar un comentario